Me comentan que hay críticas
mordaces a “A Roma con amor”, la última película de Woody Allen. Confieso que
hace unos años me dio por tragarme toda la filmografía de este autor único. Y
me encantó. Así que no soy imparcial. Lo mejor que pueden hacer es pasar
olímpicamente de opiniones ajenas –incluida la mía- y decidirse a ver el film,
si es que pueden permitírselo: la subida del IVA ha dejado el precio de las
entradas a niveles de lujo, sobre todo los fines de semana.
Para comprender el cine que inventa
míster Allen sólo hay un par de premisas: grabarse a fuego en la cabeza que
usted no está viendo una película de aventuras o de ciencia ficción, y estar
muy atento al guión y a la forma magistral en que se presenta al espectador.
Usted, cuando ve una película de Woody Allen, está sumergiéndose en la visión particular
de la vida de un hombre atormentado, psicoanalizado por arriba y por abajo, que
ha aprendido a reírse de sí mismo, de la humanidad, del amor, de la fama
estéril y vulgar, de la estupidez en que tantas veces cae nuestra existencia y
de la propia industria del cine, que tanto aborrece.
La trama se compone de tres
historias que no se mezclan entre sí, pese a que suceden simultáneamente en
Roma, la ciudad eterna donde el miedo hipocondríaco a la muerte que persigue a
uno de los protagonistas (interpretado por el propio Woody, reaparición en el
elenco tras años de auto-ostracismo que añade mucha, mucha salsa) le induce a
perpetrar uno de los homenaje-parodia más hilarantes a la solemne ópera
italiana que puedan recordarse. Un consejo: si dispone de tiempo y ganas,
intente familiarizarse primero con la ópera “Payaso”, quizá el drama
naturalista más hiriente jamás llevado a los escenarios operísticos, y así
comprenderá el sentido jocoso del brindis que Allen dedica a tenores,
contra-tenores y sorpranos.
Con todo, el guión no acaba ahí.
Hay un bucle narrativo sorprendente encarnado por el personaje que interpreta
el actor Alec Baldwin, quien regresa a Roma después de muchos años para
revivir, en la piel de otro, el triste y neurótico desenlace de una historia de
amor con una joven, sensual y alocada mujer que le marcó la vida para siempre.
Y por encima de cualquier otra
elucubración, hay una patada en el cielo de la boca a esa bazofia pestilente
que producen los realities-shows para solaz de nuestro embrutecimiento
colectivo. El actor italiano Roberto Benigni está simplemente brillante en su
interpretación de genuino integrante de la clase media al que, de repente, sin
haber hecho nada al respecto, le asalta la aureola de la celebridad, no menos
mediocre que su vida gris, pero tranquila, de oficinista.
Ya digo, no soy imparcial. Me
gusta Woody Allen. Cada vez más. Tanto, que apenas acabe este texto me pondré a
ver, por enésima vez, “Manhattan”. Es un regalo del cielo que cada año
dispongamos de un nuevo guión, de otra historia cada vez más absurda (o no
tanto). Dicen de él que se repite. ¿Y qué? Cada repetición da una vuelta de
tuerca a su mensaje nuclear: la vida es azar, la vida nos descontrola, la vida
nos encumbra o nos daña. Pero hay que vivirla.
1 comentario:
Me ha encantado tu crítica sobre la película, yo he sentido algo muy parecido al verla.
Me he visto envuelta en las redes del señor Allen, no se si será por haberlo visto a él delante de la pantalla otra vez pero me ha encantado la película.Lo que me podido reir con él.
Me parece que yo tampoco soy nada objetiva en esto, pero es que la trama de Baldwin genial, recordar así un amor pasado, con esos comentarios, que solo puede se pueden hacer desde el tiempo trascurrido, en los momentos más crítcos...
Un saludo^^
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