Me extraña que el rencor no figure en la relación de los siete pecados
capitales. Es verdad que muchas veces la ira es la violenta consecuencia de un
rencor amplificado hasta el delirio, pero por su significación y naturaleza el
rencor, por sí mismo, merece ocupar un lugar destacado en el memorándum de
toxinas que nos envenenan el alma incluso contra nuestra voluntad consciente.
El rencor presupone que la persona que lo siente ha sido dañada profundamente
y que el dolor que sobreviene aún no está reparado. Quizás nunca haya
reparación posible. En tales casos extremos, el rencor corroerá la existencia
de que quien carga con su resentimiento sin alivio y, probablemente, la de
quienes se hallen a su alrededor. La persona rencorosa, en el fondo, sufre sin
medida. Porque es incapaz de alcanzar la paz.
Sospecho que las raíces del
rencor también crecen en la ingenuidad. El rencor puede ser, en realidad, la
ingenuidad que se voltea abruptamente para transformarse en su versión más
oscura. ¿Cómo explicarlo? Me cuesta digerir que el destino final de hombres y
mujeres sea hacer del rencor un estilo de vida. Sin embargo, forma parte de
nuestro programa genético –compartido en lo fundamental con todo ser viviente-
experimentar emociones. El rencor es una de ellas. Y si raspamos la superficie
comprobaremos que nuestras emociones son estados de conciencia muy primarios,
en el sentido de que son las herramientas básicas de las que disponemos para
enfrentarnos a la complejidad de la vida.
El problema radica en que no siempre entendemos el dolor, no siempre lo aceptamos, pero en todo momento precisamos de una mínima reparación cuando nos flagela sin justificación o explicación dignas de ser asumidas.
El problema radica en que no siempre entendemos el dolor, no siempre lo aceptamos, pero en todo momento precisamos de una mínima reparación cuando nos flagela sin justificación o explicación dignas de ser asumidas.
La mayor fuente de dolor humano no emana de la naturaleza. La naturaleza no
es nuestra enemiga en el actual estadio de la evolución histórica. Hoy gozamos
de múltiples avances en variados campos del saber que nos permiten anticiparnos
a los desastres naturales o, como poco, alertarnos ante sus consecuencias.
Por
el contrario, el dolor contemporáneo que nos rodea surge del propio ser humano,
allá donde se encuentre y sea cual sea su credo. Es un dolor social, cultural.
¿O acaso merece otro nombre la hambruna galopante que azota el Sahel? ¿O acaso
el cambio climático no es un producto esencialmente humano? Por lo tanto, el
avance de nuestro conocimiento tecnológico aún permanece incompleto, aún
desprecia lo enseñado por las ciencias sociales. O mejor: las lecciones que proceden
de la Psicología, la Sociología o el Derecho no se aplican en la práctica al
nivel y con la exigencia que merecen.
No somos perfectos, ni siquiera perfectibles. Pero podemos humanizarnos. Ya
es imposible negar que una cultura basada en la explotación, en la inmoralidad,
en la manipulación y en la hegemonía de jerarquías improductivas y depredadoras
genera modos de convivencia en los que, tarde o temprano, hace acto de
presencia el rencor, porque dichos elementos conforman una estructura social
que va larvando un dolor intenso.
En el ámbito de lo estrictamente personal, el
antídoto contra el rencor es el perdón, supuesto que supiéramos solicitarlo y fuera
admitido. Pero en el ámbito más amplio de la comunidad, el perdón no basta. Se necesita
justicia social.
1 comentario:
En el ámbito de lo estrictamente personal, el antídoto contra el rencor es el perdón,estoy deacuerdo contigo¡en el ámbito de la sociedad la justicia social.
Somos humanos, seres sociales y las leyes bien aplicadas son nuestro resguardo a la vida humana.
Cómo siempre es un placer leerte.
abrazos
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