En la verborrea de la ideología
ultraliberal que ha logrado concentrar el mayor caudal de poder político que se
recuerda desde los tiempos de la dictadura, los inmigrantes que arribaron a nuestras
costas en pateras infames, huyendo del hambre y de las satrapías, hacen
<turismo sanitario>, y los españoles sin recursos suficientes que sufren
enfermedades crónicas son insignificantes apuntes contables que pueden
volatilizarse, para mayor gloria de la <consolidación fiscal>, con la
misma magia demoledora que hizo desaparecer miles de millones de euros
construyendo aeropuertos sin aviones en la comunidad valenciana.
El Gobierno autonómico de
Baleares cierra de repente dos hospitales públicos so pretexto de la crisis,
pero alquila cama y habitación a los pacientes en lista de espera que dispongan
de dinero para contratar médicos privados. Por tanto, el <cierre> de instalaciones sanitarias no es tal: los tratamientos que se precisan para
sobrevivir siguen al alcance de quienes, además de enfermedad, tengan cuenta
bancaria.
En ese imaginario ultraliberal, tan castizo, tan cínico, tan astuto, tan de derechas, tan nuestro, la borrachera de poder se convierte en una orgía lingüística que sirve de coartada a desmanes jurídicos que hieren el corazón mismo de la Constitución. Ahora resulta que incluso la resistencia pasiva a un Gobierno que hace de todo, menos velar por el bienestar de los ciudadanos y anteponer sus derechos básicos a una neurótica política de ajustes, merece llevarse al Código Penal y tipificarse como delito. Cárcel para el disidente. Hay que tapar la boca, como sea, a la protesta. Cuanto más amenazada la gente, mejor. Ya los utilicé. Ya me votaron. Ahora me sobran. Por tanto, ya no son (somos) ciudadanos. Ahora nos llaman <la calle>. ¿Será por esta razón que el Gobierno ha adquirido la mayor partida de gases lacrimógenos de los últimos treinta años?
En ese imaginario prejuicioso,
extremista, más luterano que católico pese a que sus defensores aún se postran
ante el Papa, la cohesión social no es un bien a cuidar por sobre todas las
cosas tangibles de este mundo porque añade valor, ilusión y ganas de trabajar a
nuestras vidas, sino pura oportunidad de negocio.
¿Qué burbuja especulativa
habría de reemplazar a la catastrófica burbuja inmobiliaria?, nos veníamos
preguntando algunos en la soledad de nuestro pensamiento, en la preocupación
desmedida de esta época aciaga. Y he aquí la ominosa respuesta. He aquí la
afrenta. Educación, sanidad, ley de dependencia, investigación y derechos
cívicos son la nueva carnaza que dar de comer a esa criatura teratológica,
deforme, insaciable, que es el capitalismo. Y cuanto antes la troceemos y la mostremos
en el hiper-mercado en que se ha transformado la existencia, mejor. ¿O acaso es
otra diferente la proclama defendida por esa mujer tan fría, tan peligrosa, tan
avariciosa de poder, que es doña Esperanza Aguirre?
España, cómo me dueles. Eres,
otra vez en tu convulsa historia, la madrastra de los fatuos cuentos infantiles
que abandona al hijo pobre por el solo hecho de serlo. Eres, otra vez, la tenaz
pesadilla de tus gentes. Eres, otra vez, un país sin nombre, cutre, atrasado,
inmoral. Eres, otra vez, piel de toro desgarrada que sangra y muge. Eres, otra
vez, la patria de los cortijeros. Eres, otra vez… ¿O acaso, España, todo esto
lo has sido siempre, gobierne quien te gobierne?
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