La crisis, en España, necesitaba
un logo, una etiqueta. Un sistema económico que, durante la bonanza, hizo de
las marcas comerciales poderosas señas de identidad, también necesitaba ahora,
al borde de la penuria y del descrédito, su símbolo ceremonial y funerario. Su
imagen plus-cuam-perfecta.
No podía ser de otro modo. El
sufrimiento social -que es la suma de infinitos sufrimientos personales por
culpa directa de una estructura social injusta- resulta tan anónimo como el
capital, pero es mil millones de veces más débil.
Y la fragilidad está reñida con
este sistema ampuloso que se basa en la ficción de prometer un mundo feliz sin
esfuerzo, sin auténtica toma de conciencia y sin reparto equitativo de los
sacrificios.
Así que los cinco millones de
parados, o uno entre ellos seleccionado rigurosamente por los expertos de
marketing, en absoluto podían aprovecharse como reclamo impactante del oscuro
pozo sin fondo por el que nos hemos precipitado. El sistema es tan esquizoide,
tan vírico, que acaba devorando a sus huéspedes, a sus vástagos. En el célebre cuadro
de Goya, el mítico Saturno representa al monstruo que enloquece por insaciable
y tritura a su hijo, es decir, a su propia supervivencia.
Bankia: he aquí el logo
fantasmagórico de una profundísima crisis cultural a la que asistimos, atónitos
e indignados, en tiempo real. Tan real como para hacernos creer, crudamente,
que Bankia somos todos y que si se hunde, todos nos ahogaremos. Ahogados ya
estamos. No hacía falta que Bankia estallara en mil pedazos poniendo al
descubierto la obscenidad de sus gestores y de los intereses políticos que han
nutrido la debacle.
Obscenidad. Cierto. Esta es la
palabra. <Impunidad> también podría ser un vocablo eficaz para describir
lo que está ocurriendo. Pero me quedo con obscenidad. Es más totalizadora. Más -sarcasmos
aparte- global. Porque todo lo impune es, por definición, obsceno, hediondo.
¿Hay que salvar Bankia? Sea. Pero
la maquinaria judicial, por muy escasa de medios que esté, debe ponerse en
marcha con urgencia para depurar responsabilidades no ya administrativas o
mercantiles, sino penales. La separación de poderes, clave de bóveda de la
democracia, no sirve para nada si el garante de la ley se va de vacaciones a
Puerto Banús, con todos los gastos pagados, mientras el país se despeña.
Al
Juzgado de Guardia no pueden conducirse esposados únicamente los que roban gallinas o
insultan al vecino. Los cerebros inteligentes que han gestado este desastre
también deben sentir el peso del Código Penal. Esta compilación de delitos y
faltas contiene 639 artículos. ¿Acaso ninguno de ellos sirve juzgar semejante
escándalo? Si así fuera, si este déficit legal también aflorara en la crisis,
España, sin remedio, sería una nación de tercera. ¿Lo somos?
1 comentario:
Josè:
Vivimos en un sistema perverso¡
Sì los gobiernos siguen triturando econòmias, politìcas, etc. No habrà ni supervivencia.
Nosotros los Argentinos hemos pasado por terribles experiencias, y aùn no hemos aprendido¡.
Para depurar toda la corrupciòn, debe haber jueces imparciales,leyes que se apliquen y asì sucesivamente.
España debe aplicar igual què Argentina "El caiga quien caiga"- para què cada uno que robe al pueblo, tenga su castigo o pena, sobre todo judicial.
abrazos amigo.
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