11/4/12

LA EUROPA DEL FRÍO


¿Qué le ocurre a Europa? El proyecto de construcción europea, que surgió tras la II GM, es hoy fuente de infortunio y desapego para la inmensa mayoría de los ciudadanos que hemos nacido y vivimos en este viejo continente.

Es cierto que no podemos caer en un provincionalismo pacato a la hora de poner de relieve el colapso hacia el que, como si se tratara de un designio inexorable, camina Europa. Pero también lo es que el euro-escepticismo se ha instalado en nuestras vidas cotidianas, atropellando el sueño de una Europa próspera pero democrática, culta pero humilde, unida pero no fusionada en el integrismo de los mercados.

Este proyecto no era fácil. Las naciones europeas habían sido tradicionalmente beligerantes entre sí. Alemania odiaba a Francia. Francia recelaba de Inglaterra. España estaba aislada. Las guerras cruentas que asolaron su territorio hasta partirlo en dos mitades, y que acabaron extendiéndose por el mundo entero, generaron la necesidad de alejar las desconfianzas fronterizas y económicas que explicaban las conflagraciones bélicas, y sustituir el recelo nacionalista por la comunidad de intereses. 

Tales intereses, por razón misma de la naturaleza humana, debían empezar por la gestión mancomunada de las principales fuentes de riqueza y energía. La Comunidad Europea fue, en su esencia germinal, explotación de mutuo acuerdo del carbón y el acero. El pacto político vendría décadas más tarde y aún se halla en estado casi embrionario.

Todos estos episodios son historia, no tan lejana, pero historia al fin y al cabo. Si en el momento actual nos preguntamos seriamente qué nos ocurre a los europeos, habrá que convenir que tres factores, íntimamente relacionados entre sí, convergen para dar pábulo al creciente euro-escepticismo.

Primero, los graves defectos estructurales en que han incurrido los constructores de Europa. La unión económica –cuyo referente es la moneda compartida- es un descomunal despropósito si carece de unión política. Y en esta época de prolongada recesión no se aprecian avances hacia otro horizonte, sino todo lo contrario: las naciones más poderosas han exacerbado su nacionalismo económico. El estrangulamiento de los países periféricos encuentra aquí su panacea.

Segundo, la Europa continental ha caído presa del capitalismo extremo. La cultura europea fue la precursora del Estado del Bienestar. En la posguerra de la II GM se captó con meridiana claridad que sin calma ciudadana era imposible que las naciones conservaran la paz. A Hitler lo ascendieron al poder las clases medias y bajas, las más castigadas por las consecuencias tentaculares del crack de 1929, con epicentro en Wall Street. El Estado del Bienestar, implantado en Europa a partir de 1950, servía de dique contra la frustración generada por la pobreza. Ahora estamos desmantelándolo.

Tercero, no hay auténtico liderazgo de Europa, ni hacia dentro ni hacia fuera. La debilidad europea cristaliza porque nuestros representantes son sospechosos de servir a los intereses de las grandes corporaciones industriales y financieras. La cultura democrática europea está resquebrajándose.

Con ello se cierra un círculo funesto. Esta Europa ya no tiene altura política. No sabe dónde va. Es la Europa del paraíso fiscal de Irlanda, del ladrillazo español, de los suicidios en Grecia. Es la Europa del frío.                  
     

No hay comentarios: