10/3/12

MASA MANIPULADA


¿Qué circunstancias han de converger en un momento cultural determinado para que los ciudadanos activos nos transformemos en hiperconsumidores pasivos? La historia está repleta de recovecos que, puestos a la luz, muestran su esencia: son paradojas, tristes alegorías de la irracionalidad.

Sigmud Freud fue el precursor de una nueva ciencia –el psicoanálisis- cuyo objeto es la liberación de las represiones y la cura de la neurosis. Su joven sobrino americano Edward Barneys no se dedicó a la psiquiatría, sino a inventar un nuevo paradigma de conducta al servicio de las grandes corporaciones comerciales que a principios del siglo XX operaban en EE.UU.

Freud vivía en la vetusta Viena, la capital del imperio austro-húngaro. La sociedad austríaca de aquella época era el vivo ejemplo de los rígidos modelos victorianos. El psicoanálisis los atacó con sus revolucionarios planteamientos acerca del inconsciente, el Complejo de Edipo, la libido sexual atenazada o el narcicismo. El estallido de la I GM confirmó a Freud sus peores augurios sobre la condición humana. 

Mientras tanto su emprendedor sobrino, agente de prensa del célebre tenor Enrico Caruso, fue llamado por el presidente Wilson para que dirigiera la oficina de información gubernamental encargada de difundir por el mundo que la tardía participación de los EE.UU en la I GM sólo buscaba un fin: hacer al hombre más libre y demócrata.

Al terminar la guerra, Wilson pidió a Barneys que le acompañara a Europa, donde iban a celebrarse las conversaciones que cristalizarían en el Tratado de Versalles. El presidente norteamericano fue recibido en París como el gran libertador. Y Barneys se preguntó entonces si la estrategia de comunicación global que había puesto en marcha podría tener otra utilidad más lucrativa en tiempos de paz. Había nacido la era de la simbiosis entre democracia política y producción/consumo de masas.           

A su regreso a EE.UU Barneys decide sustituir el término “propaganda”, asociado al imperio alemán vencido y humillado, por el de “relaciones públicas”. Desde su pequeño despacho de Broadway contempla la enorme sociedad industrializada en que se han convertido los EE.UU. Y decide lanzar un desafío a los esquemas vigentes: la información no hace que el mundo funcione, no propicia que la gente consuma. Estos logros sólo se obtienen mediante impactos subliminales en el inconsciente de las masas. 

Su campaña publicitaria dirigida a que las mujeres rompieran el tabú que les prohibía fumar en público supuso todo un éxito para las cuotas de mercado ¿Cómo lo consiguió? Barneys contactó con April, uno de los primeros psicoanalistas norteamericanos. Para April el tabaco era un símbolo fálico; y el falo, en la ortodoxia freudiana, es el símbolo del poder sexual masculino. 

Barneys asoció la imagen externalizada de la mujer fumadora con la idea inconsciente de disputar el poder social al hombre. Convenció a un grupo de atractivas mujeres pertenecientes a la alta sociedad para que desfilaran por las avenidas de Nueva York con paquetes de cigarrillos escondidos entre sus muslos. Alertó después a la prensa con el subterfugio de que una asociación de sufragistas radicales iba a iniciar una campaña por los derechos civiles de la mujer, bajo el lema “Antorchas por la Libertad”. La expectación era total. Pero a una señal suya, previamente convenida, aquellas mujeres bellas y bien alimentadas, en lugar de gritar consignas reivindicativas, extrajeron los cigarrillos de sus ligueros de seda y los encendieron de forma voluptuosa. La venta de tabaco se disparó en todas partes.


Barneys rechazó ofertas millonarias de Hitler y Franco, pero copiaron sus ideas. Siempre presumía de demócrata. Siempre programó su ingenio con el fin de establecer una íntima conexión emocional, un maridaje sutil e indestructible, entre consumo de masas y democracia. Paradoja: salvó su fortuna del Crack de 1929. Su hija Ann, ya anciana, diría de él: “Para mi padre la gente era estúpida, los niños eran estúpidos, los seres humanos éramos estúpidos.” Aún es más horrible. Barneys y su legado sólo conciben la libertad como una estatua fría, erguida y totémica, en mitad de las aguas.     

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