3/3/12

DÉFICIT DE CERTIDUMBRE


En algún momento el presidente Rajoy debía regresar al sentido común y darse cuenta de que la política de austeridad, llevada hasta sus últimas consecuencias, es una pésima receta cuando la economía de un país entra en recesión. Así pues, merece reconocimiento su decisión de situar el déficit  presupuestario de España en 2012 un punto y medio porcentual por encima del tope que exigen las instituciones europeas, dominadas por un ultraliberalismo ciego y egoísta que exaspera por la dosis de cinismo que anida en sus entrañas. 

Todas las fuerzas políticas nacionales han saludado con alivio la medida. No puede quejarse la derecha. Cuando se desvanecen las prédicas populistas y el lugar de los discursos vacíos lo ocupan los hechos tozudos, se torna imprescindible abandonar posturas maximalistas y plegarse a la cruda realidad.   

Pero hay que decirlo tal cual es: la rectificación de Rajoy implica un acercamiento evidente a las tesis que defendía Rubalcaba en la pasada campaña electoral. Fue el candidato socialista el primero en advertir que había que ir a Bruselas propugnando planteamientos más audaces, más valientes. Somos miembros de pleno derecho de la Unión Europea. Nuestra voz debía sentirse frente al gigante alemán. Puede que debamos mucho dinero a los bancos teutones, pero la deuda soberana no les otorga ningún derecho de incriminar completamente nuestro estilo de vida. Todos somos europeos. Alemanes, unos cuantos. ¿Quieren ellos desmantelar el Estado del Bienestar? Que lo hagan con su gente.

La asfixia a la que está sometiéndose a la población del viejo continente ha de encontrar un límite, porque la alternativa a los recortes no es otra que un estallido creciente de la paz social, apenas cogida con alfileres en estos momentos. Elevar el techo de déficit es un paso en la dirección adecuada, pero sin duda insuficiente. La gran asignatura pendiente es la refundación de las instituciones comunitarias para que la defectuosa e improvisada armonización monetaria que nos llegó con la moneda única vaya acompañada, de una vez por todas y para siempre, de una política económica y fiscal que anteponga el bienestar ciudadano a los intereses del gran capital, exclusivo responsable de esta profunda crisis que, lejos de atemperarse, va en aumento. 

¿He dicho que el gran capital es el responsable exclusivo? Rectifico en el acto: responsables hemos sido todos, pero antes que nadie esa nueva clase política vergonzante, inepta, nada democrática en su esencia con independencia de las siglas que la ampare, que surgió de la mezcla explosiva, peligrosa, entre acomodación materialista, frustraciones personales y pobreza intelectual.           

Opiniones respetables afirman que asistimos a una mutación sustancial de nuestro modo de vivir. Es cierto. Sus síntomas empiezan a notarse. Nos hemos vuelto un poco más cautelosos a la hora de consumir. Se debe a que sentimos miedo y priorizamos. Se debe a que el verdadero déficit estructural consiste en la escasez de certidumbre. Pero, por dios, neguémonos en rotundo a que se socialice el sacrificio mientras unos pocos hacen suculentos negocios con la penuria ajena. Porque ahí, en esa injusticia elemental, reside el drama de nuestro tiempo.

      

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