21/2/12

LA MANSEDUMBRE


La inmensa mayoría todavía estamos despertando. No hemos comprendido que la pesadilla es la realidad que tratan de imponernos con la complicidad de nuestros gobernantes: un nuevo orden basado en la absoluta hegemonía del poder financiero y corporativo. ¿Cómo dudar en estos momentos cruciales de que es el avance hacia una auténtica democracia solidaria lo que está en juego? Este avance no es que se haya interrumpido. Es que sufre una contracción de tal magnitud que nos retrotrae, por decreto, a varias décadas atrás. 

Ya no soy utópico. Lo sé porque a cada instante procuro embridar mis ilusiones y abro los ojos a la realidad, aunque duela. No siempre lo consigo, pero tengo muy presente que los seres humanos, aun aquellos que se proclaman de izquierdas a los cuatro vientos, somos egotistas por naturaleza. La generosidad, por tanto, es una conquista personal. Es hora de desvelar esta cruda verdad y enfrentarnos al clamoroso egotismo que se ha instalado en nuestras vidas.

Necios hemos sido al creer que el sistema capitalista hace lo posible para que cada uno disponga de lo suyo. Por el contrario, la depredación es la sangre que circula por las venas de la cultura neoliberalista y del pensamiento único, y su efecto, actualizado y cada vez más poderoso, es la imposición de un "darwinismo social" que no sólo desprotege al débil, sino que le condena de por vida a su debilidad. Y débil es (¿habrá que recordarlo?) quien sólo posee su fuerza de trabajo para sobrevivir.

Los trabajadores debemos asumir nuestra cuota de responsabilidad en la producción de este estado de cosas. Obnibulados por los deseos materialistas, hemos descuidado nuestro flanco más vulnerable: la necesidad de permanecer unidos frente a las embestidas de quienes nos roban, menosprecian o engatusan. Es la necesidad de tomar conciencia lo primero que nos hurtaron.

Ignoro si es tarde para sacudirnos la docilidad aprendida. La mansedumbre popular de la era posmoderna se ha enraizado tanto porque empezó siendo acomodación individualista. Antes de amputar derechos sociales y servicios públicos, el capitalismo del último tercio del siglo XX llevó a la práctica, con suma inteligencia, un "recorte" previo e imprescindible para acaparar poder al margen de los expedientes democráticos: escindir, disociar, la libertad individual de la responsabilidad social.  

Una vez aclamada la libertad individual sin importar cuánto se resiente el entramado social al que se aplica, la semilla del egoísmo acomodaticio crece sin parar en todos los estratos. Y de los estratos de una sociedad dada surgen los gobernantes que, a su vez, alientan la hegemonía de "lo individual" sobre "lo social". El resultado es una sociedad fragmentada que debe invertir mucho esfuerzo cuando precisa volver a reintegrarse.

Sólo una revolución cultural puede romper este círculo vicioso. ¿Se atisba una solución de este calibre en el horizonte? Más bien, no. Pero hay señales que deberían inquietar a los que, desde las alturas, en la sombra, han decidido quebrar el paradigma de convivencia hasta ahora vigente. Porque toda regresión histórica genera tensiones impredecibles en el nervio social. Puede que la rabia implosionando no llegue a sentirse en las salas de congresos. Pero germina en cada hogar donde de nuevo se respira el miedo ancestral al hambre.       

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