No es fácil expresar la
indignación en unas pocas líneas. No es fácil aceptar que un modelo de
convivencia está desmoronándose con la lentitud desesperante de un virus letal.
Me enseñaron en la Facultad de Derecho que nuestro país, luego de una historia
convulsa y cruel, se constituía en un Estado democrático, social y de derecho.
Esto dice todavía el artículo primero de la Constitución. Que yo sepa, no está
derogado, pero lo que ahora estamos malviviendo se parece muy poco a esta
declaración de principios. De hecho, es todo lo contrario.
No me basta la explicación que
recurre a la cantinela de que la democracia moderna “es así”. Semejante
afirmación, además de no ser cierta, porta en su seno una pesada dosis de
cínico inmovilismo y, lo que es peor, supone aceptar un retroceso histórico
cuyas consecuencias están cayendo sobre nuestras cabezas sin tiempo para
reaccionar.
Me pongo en la piel de los que
llevan años sufriendo el desempleo forzoso. Me pongo en la piel del joven
universitario que se adentra en los recodos de los adiestramientos académicos
mientras el sistema le niega un futuro con oportunidades reales de no ser
explotado. Me pongo en la piel del hipermillonario que no para de hacer negocio
con las miserias ajenas. Me pongo en la piel de los que luchan diariamente por
mantener en pie su pequeño establecimiento comercial compitiendo contra una
crisis tremenda y creciente, que no han provocado. Cuatro palabras como cuatro
puñales brotan de mi boca y me duele en el alma decirlas: “Qué asco de mundo.”
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Tal
es la cuestión clave. Inmersos en la maraña de sucesos que los mass media
reproducen sin cesar, inmersos en la pugna cotidiana por sobrevivir sin perder
la dignidad, las personas que no ostentamos honores políticos de clase alguna
asistimos atónitos a un inexorable desmantelamiento de los equilibrios sociales
que se precisan para convivir en paz.
Hemos olvidado las penalidades que
costaron hacer realidad la democracia durante los dos últimos siglos. Hemos
entronizado al poder financiero olvidándonos de las necesidades humanas para
relegarlas al plano del estricto individualismo. Como niños de teta hemos
reclamado de nuestros políticos que nos hicieran el trabajo sucio sin asumir,
en ningún momento, que la estabilidad de toda organización social depende de la
responsabilidad de cada uno de sus miembros y de la mutua solidaridad. Así nos
va.
Hace tiempo que se me secó el
pozo del optimismo. Pero la sequedad no quiere decir que esté vacío. Cuando el
agua fértil de la confianza en la vida se evapora lo que queda invisible,
flotando en la oscuridad, es una peligrosa mezcolanza de indignación e
incertidumbre.
Sigan pues nuestros gobernantes (de izquierdas o de derechas, me
da igual) asfixiando a la ciudadanía. Sigan nuestros representantes públicos triturando
al que menos tiene y, por tanto, menos puede aportar. Sigan contemplado el
caudal humano como fría estadística desde sus poltronas electoralistas. Sigan
jugando con el porvenir de millones de personas. Cuando la cosa reviente, ¿a
quién echaremos la culpa? ¿Al adversario ideológico? ¿A las hipotecas subprime?
¿A la Unión Europea? ¿A dios?
1 comentario:
Jose:
No creo en la justificaciòn de la politica e ideologìa¡ Sòlo creo en lo que veo, tambièn aquì en mi paìs, veo y siento como se manejan sus propios interes en detrimento de las personas que menos tienen¡ Parece que se educa con las miserias humanas¡ las virtudes, los còdigos y valores no son rentables¡ Me duele el alma pensar y sentir còmo las cosas se salen de su carril, y me siento impotente¡ Pero aùn asì tengo esperanza, lo veo en mis hijos, que trabajan, què con sacrificio pudimos mi esposo y yo darles una carrera, veo lo buenas personas que son¡ y eso me da esperanza, porque sè que hay muchos jòvenes que quieren tener una vida honesta y un paìs de gente honesta.
besos amigo querido
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