No esperes nunca aplausos al
final de tu discurso. Distráete con el vacío como si tus juegos de la infancia
hubieran sobrevenido enmascarados. Y empieza a comprender que es inalcanzable
la totalidad.
Sigue la ruta de la mejor
comunicación posible con tus semejantes. Acepta que la civilización aún es una
selva, ninguna panacea. Asume que eres humano, examina tus errores,
reconcíliate con ellos, y así podrás repudiar o aceptar con conocimiento lo
absurdo que habita en cada conducta, en cada menosprecio, en cada deseo
compulsivo de ser admirado, en cada anhelo de poder y en la locura de su
ejercicio. En el dar se mueven, como sirenas en la marea, todas las esencias.
Lo sé.
Sé la dificultad que entraña
sobrevivir, sentirse seguro, amar, ser amado. Porque en el fondo hay un mapa trazado
hace mucho tiempo y es posible que no exista aquel lugar secreto, casi sagrado,
donde se custodian tesoros que te esperan. Porque en el fondo nos paraliza
el miedo a la exclusión, a la soledad.
Si este fuera tu miedo, detente, llora,
piensa y mira de cerca al rebaño. Hallarás una respuesta que tal vez no venga a
consolarte, pero te hará más próximo a la realidad sin volverte loco: aunque la
grey no merece la pena, formas parte de ella. Se trata de ser tú sin dañar a
nadie, sin dejar que te dañen. Se trata de aceptar que hay daños que todavía
perpetramos y que el único consuelo es que debemos aprender de ellos. Se trata
de madurar como individuo, como especie. Y es mucho lo que nos queda.
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