¿Qué ruego, qué imploro? Dadme aquello
que es como la espuma, lo que aspira a hacerse eterno y es efímero. Dadme
quietud, desvanecimiento. Pues yo me basto y me sobro para amasar mis vértigos,
y para que mis dedos, como garfios, hurguen por los descosidos hasta hacerlos
definitivamente roturas. Dadme lo que no se puede reivindicar ni siquiera
orando o con la mirada suplicante, pues soy irresponsable, traidor, fiel a la
caricia. No merezco vuestro desprecio, no os lo he demandado. Os pido que me
améis, pues yo sé amar. Sé amar como se ama cuando no se destruye. Sé amar
cuando se ama siendo humano, esclavo y fugitivo a la vez. Cuando no hay
exigencia ni vigencia. Sé amar en la espera, en la podredumbre, en la
opulencia. Sé amar yéndome y quedándome, en el símbolo y en el desgaste; cuando
hay demasía y cuando se miden los cariños como si fueran bienes fungibles con
los que está prohibido comerciar, y no obstante se comercia y sientes asco. Sé
amar porque tengo la firme convicción de que dudo. Porque sólo amando me
engrandezco.
Pero también tiemblo. Soy mi voz en
grito y su mutilación. Soy el que aún resiste aquí, en el cautiverio, insomne y
lúcido, temeroso de que me invada la locura de seguir amándote, mi Natalia. Soy
el que se elevaría si a los costados le adhirieran alas de gelatina. Un pájaro
posándose tras el vuelo contra el viento; el Ícaro que en su huida de acróbata
cae derretido, como el granizo, y con el corazón estallando en una sola pavesa,
yo sería. El danzante. Pero soy también el frío, una resta, un dios
acribillado.
No hay más. Uno coge retazos del
mundo, desperdicios que fueron vivencias, episodios que hayan extrañado,
asustado, conmovido. Y con paciencia y rubor, con vacilación y sin armas los
hace palabras. No hay más. Serán escritas sobre el papel arrugado como
exclamaciones y hambres, o amontonadas en el mutismo, en el tumulto, como
vírgenes temerosas que presienten la intimidación amenazante del violador. Pero
no hay más utensilios que la inanición y las palabras.
Yo podría ser el artesano con las
manos llenas de barro. El ingeniero calibrando ángulos, cimientos, ante el
puente que se derrumba tras el bombardeo. El cartógrafo frente al mapa de un
país en llamas. El juez crédulo sin normas morales que aplicar, ansioso de
redactar sentencias. Pero no soy más que poeta, porque no tengo más que
palabras. Y hay que seguir sorprendiéndose con ellas, viviéndolas. Hay que
seguir narrando. No hay más. La vida es el cuento que nos contamos, la brevedad
acuciante que se acerca, menguándonos, troceándonos. Nunca habrá una biografía
satisfecha. Siempre habrá un filón que se nos escape, que no sea verdad, que no
nos pertenezca. Nunca sabremos las claves que rigen nuestras emociones. No hay
más, pero hay que resolver una constante ley de la probabilidad: estamos vivos,
pero podríamos no estarlo.
1 comentario:
- Number One - Ojalá
Simplemente un artesano
enhebrando collares con palabras
En la feria de escritores y poetas.
Tamally maak
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