4/11/11

GRANDES SUPERFICIES

Los establecimientos comerciales de mayores dimensiones surgen a principios del siglo XX en los EE.UU. Tras la Segunda Guerra Mundial se exportaron a Europa y desde entonces operan como un gran expositor, como un escaparate ostentoso, espectacularizado y seductor a escala de nuestras apetencias y poder adquisitivo. 

Este fenómeno, reflejo del llamado <consumo de masas>, fue posible gracias a la estandarización de las mercancías: la producción en serie decreció los costes de fabricación y de ahí se pasó al abaratamiento de los precios para que los productos llegaran a más gente dispuesta a poseerlos. No ha sido casual que a mayor democracia, mayor riqueza; y a mayor riqueza, mayor igualación del rol de cliente entre los distintos estratos que conforman los entramados sociales.

Las grandes superficies –intensificando el régimen de autoservicio, con el consiguiente ahorro de mano de obra- han optado por la especialización (hay hipermercados exclusivos de prendas y utensilios deportivos, de bricolaje, de menaje, de juguetes, de cosméticos, de librería, de aparatos informáticos), a la par que añaden a la oferta de los productos su diversificación (hay cada vez más objetos), la segmentación sistemática (hay productos dirigidos particularmente a un tipo de cliente potencial, diferenciado del resto: niños, homosexuales, pensionistas, ejecutivas, madres solteras, divorciados, inmigrantes), la renovación constante (las gamas se innovan sin pausa, los artículos se sustituyen por otros en breve tiempo o se redefinen: la era del producto duradero ya es historia). Por último, se agrega la concentración de los servicios a disposición del comprador que acude para adquirirlos (los mega centros comerciales ofrecen parkings de fácil acceso, pero también cines con los últimos estrenos, restaurantes de moda, cafeterías y tabernas franquiciadas de las que todos oímos hablar, parques infantiles y guarderías, incluso peluquerías para animales domésticos que, mientras esperan que regrese su dueño de realizar las compras, son acicalados por manos expertas).

La gran superficie se convierte así en espacio acotado por fuera, ilimitado por dentro, que propicia la conectividad y el entretenimiento, el solaz y la despreocupación, estímulos todos muy atractivos que el comercio tradicional no puede ofrecer.

Pero por debajo de esta orgía del hiperconsumo late un drama: el de los trabajadores que se van abocados a aceptar sueldos insuficientes, jornadas de trabajo interminables y creciente precariedad. Para hacerse una idea nada mejor que echar mano de la buena literatura. Y ahí encontramos a George Saunders, escritor norteamericano que valiéndose de una prosa brillante, satírica e ingeniosa nos desvela la tragedia de la opresión a la que está sometida la clase obrera de su país. Casi todos sus relatos se ambientan en parques temáticos, donde la explotación del más débil es pura rutina. Así que durante esta campaña electoral traten de desintoxicarse sumergiéndose en las páginas de “Guerracivilandia en ruinas”, obra con la que Saunders debutó en el panorama literario para mostrarnos hasta qué punto el capitalismo salvaje envenena nuestras vidas.      

1 comentario:

Daniel Eduardo Gómez dijo...

Una sin fin de verdades
expuestas en góndolas

Y una sugerencia de lectura
que habrá que buscar...

Tamally maak