Los
establecimientos comerciales de mayores dimensiones surgen a principios del
siglo XX en los EE.UU. Tras la Segunda Guerra Mundial se exportaron a Europa y desde
entonces operan como un gran expositor, como un escaparate ostentoso,
espectacularizado y seductor a escala de nuestras apetencias y poder
adquisitivo.
Este
fenómeno, reflejo del llamado <consumo
de masas>, fue posible gracias a la estandarización de las mercancías:
la producción en serie decreció los costes de fabricación y de ahí se pasó al abaratamiento
de los precios para que los productos llegaran a más gente dispuesta a
poseerlos. No ha sido casual que a mayor democracia, mayor riqueza; y a
mayor riqueza, mayor igualación del rol de cliente entre los distintos estratos
que conforman los entramados sociales.
Las
grandes superficies –intensificando el régimen de autoservicio, con el
consiguiente ahorro de mano de obra- han optado por la especialización (hay
hipermercados exclusivos de prendas y utensilios deportivos, de bricolaje, de
menaje, de juguetes, de cosméticos, de librería, de aparatos informáticos), a
la par que añaden a la oferta de los productos su diversificación (hay cada vez
más objetos), la segmentación sistemática (hay productos dirigidos
particularmente a un tipo de cliente potencial, diferenciado del resto: niños,
homosexuales, pensionistas, ejecutivas, madres solteras, divorciados,
inmigrantes), la renovación constante (las gamas se innovan sin pausa, los
artículos se sustituyen por otros en breve tiempo o se redefinen: la era del
producto duradero ya es historia). Por último, se agrega la concentración de
los servicios a disposición del comprador que acude para adquirirlos (los mega
centros comerciales ofrecen parkings de fácil acceso, pero también cines con
los últimos estrenos, restaurantes de moda, cafeterías y tabernas franquiciadas
de las que todos oímos hablar, parques infantiles y guarderías, incluso
peluquerías para animales domésticos que, mientras esperan que regrese su dueño
de realizar las compras, son acicalados por manos expertas).
La
gran superficie se convierte así en espacio acotado por fuera, ilimitado por
dentro, que propicia la conectividad y el entretenimiento, el solaz y la
despreocupación, estímulos todos muy atractivos que el comercio tradicional no
puede ofrecer.
Pero
por debajo de esta orgía del hiperconsumo late un drama: el de los trabajadores
que se van abocados a aceptar sueldos insuficientes, jornadas de trabajo
interminables y creciente precariedad. Para hacerse una idea nada mejor que
echar mano de la buena literatura. Y ahí encontramos a George Saunders,
escritor norteamericano que valiéndose de una prosa brillante, satírica e
ingeniosa nos desvela la tragedia de la opresión a la que está sometida la clase
obrera de su país. Casi todos sus relatos se ambientan en parques temáticos,
donde la explotación del más débil es pura rutina. Así que durante esta campaña
electoral traten de desintoxicarse sumergiéndose en las páginas de
“Guerracivilandia en ruinas”, obra con la que Saunders debutó en el panorama
literario para mostrarnos hasta qué punto el capitalismo salvaje envenena
nuestras vidas.
1 comentario:
Una sin fin de verdades
expuestas en góndolas
Y una sugerencia de lectura
que habrá que buscar...
Tamally maak
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