1/10/11

ACEITE DE ROCA

La curiosidad me ha llevado a leer “La cara oculta del petróleo”, libro del prestigioso periodista francés Eric Laurent publicado en 2006 que versa sobre los secretos, las manipulaciones y el futuro de la principal fuente de energía en que se basa nuestro modo de vida. 

Experto en política internacional y curtido en conflictos geoestratégicos de envergadura como la Guerra de Oriente Medio de 1973 o la ocupación soviética de Afganistán en 1979, Laurent ejecuta una disección pormenorizada de la historia del petróleo desde la primera perforación realizada en 1859 por el barrenero Edwin Drake, que murió pobre y enfermo, hasta la construcción de las grandes campos petrolíferos en el desierto de Arabia Saudí, cuya producción, por cierto, fue puesta al servicio del hundimiento de la Unión Soviética en el tramo final de la Guerra Fría.

Al pasar la última página del libro, uno tiene la sensación de que vivimos en un mundo construido sobre una gran mentira. Esa mentira es la capacidad ilimitada de producir y refinar petróleo. En la actualidad, por cada seis barriles que se consumen sólo uno es extraído, y es probable que esta ratio se dispare durante los próximos años como consecuencia de la demanda alcista que proviene de las economías emergentes, especialmente India y China, los países más poblados del planeta. El escenario que se avecina es dramático: el precio del barril podría llegar a 134 dólares hacia el año 2020.

Pero el alza del precio de un barril de crudo (159 litros aproximadamente) no se explica únicamente por el lado de la fuerte demanda. Además de este factor hay otro en el que Laurent insiste: los yacimientos operativos están agotándose, las prospecciones efectuadas en Brasil y en las costas africanas son caras y por lo tanto poco rentables, y las cifras de reservas estratégicas dadas a conocer a la opinión pública están falseadas deliberadamente por las grandes corporaciones concesionarias y por los propios países productores agrupados en la OPEP.

Para que no se produzca el colapso en el año 2020, sería preciso que Arabia Saudí -la despensa mundial de aceite de roca- produjera en torno a 19 millones de barriles al día. Sin embargo, los campos petrolíferos saudíes rara vez han alcanzado 10 millones de barriles diarios. A este déficit por el lado de la producción se añade la voracidad y el cinismo de las grandes compañías, que, conocedoras del agotamiento de los recursos, han centrado su estrategia en las fusiones corporativas con el fin de incrementar artificialmente el valor de sus acciones mientras ocultan la verdad. En palabras de Laurent, la industria petrolera se asemeja cada vez más a un universo siniestrado.

Seis meses antes del 11-S, la Administración de Bush-hijo tenía en su poder informes elaborados por una comisión secreta que alertaban sobre la imperiosa necesidad de buscar alternativas a las reservas saudíes. Esos informes apuntaban a Iraq. El sistema en el que vivimos precisa entre 85 y 90 millones de barriles diarios. Negar que el declive de la era del petróleo es un hecho supone, sencillamente, perpetrar un acto de soberbia.     

 

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