La curiosidad
me ha llevado a leer “La cara oculta del petróleo”, libro del prestigioso
periodista francés Eric Laurent publicado en 2006 que versa sobre los secretos,
las manipulaciones y el futuro de la principal fuente de energía en que se basa
nuestro modo de vida.
Experto en
política internacional y curtido en conflictos geoestratégicos de envergadura
como la Guerra de Oriente Medio de 1973 o la ocupación soviética de Afganistán
en 1979, Laurent ejecuta una disección pormenorizada de la historia del
petróleo desde la primera perforación realizada en 1859 por el barrenero Edwin
Drake, que murió pobre y enfermo, hasta la construcción de las grandes campos
petrolíferos en el desierto de Arabia Saudí, cuya producción, por cierto, fue
puesta al servicio del hundimiento de la Unión Soviética en el tramo final de
la Guerra Fría.
Al pasar la
última página del libro, uno tiene la sensación de que vivimos en un mundo
construido sobre una gran mentira. Esa mentira es la capacidad ilimitada de
producir y refinar petróleo. En la actualidad, por cada seis barriles que se
consumen sólo uno es extraído, y es probable que esta ratio se dispare durante
los próximos años como consecuencia de la demanda alcista que proviene de las economías
emergentes, especialmente India y China, los países más poblados del planeta.
El escenario que se avecina es dramático: el precio del barril podría llegar a
134 dólares hacia el año 2020.
Pero el alza
del precio de un barril de crudo (159 litros aproximadamente) no se explica
únicamente por el lado de la fuerte demanda. Además de este factor hay otro en
el que Laurent insiste: los yacimientos operativos están agotándose, las
prospecciones efectuadas en Brasil y en las costas africanas son caras y por lo
tanto poco rentables, y las cifras de reservas estratégicas dadas a conocer a
la opinión pública están falseadas deliberadamente por las grandes
corporaciones concesionarias y por los propios países productores agrupados en
la OPEP.
Para que no se
produzca el colapso en el año 2020, sería preciso que Arabia Saudí -la despensa
mundial de aceite de roca- produjera en torno a 19 millones de barriles al
día. Sin embargo, los campos petrolíferos saudíes rara vez han alcanzado 10
millones de barriles diarios. A este déficit por el lado de la producción se
añade la voracidad y el cinismo de las grandes compañías, que, conocedoras del
agotamiento de los recursos, han centrado su estrategia en las fusiones corporativas
con el fin de incrementar artificialmente el valor de sus acciones mientras
ocultan la verdad. En palabras de Laurent, la industria petrolera se asemeja
cada vez más a un universo siniestrado.
Seis meses
antes del 11-S, la Administración de Bush-hijo tenía en su poder informes
elaborados por una comisión secreta que alertaban sobre la imperiosa necesidad
de buscar alternativas a las reservas saudíes. Esos informes apuntaban a Iraq.
El sistema en el que vivimos precisa entre 85 y 90 millones de barriles
diarios. Negar que el declive de la era del petróleo es un hecho supone,
sencillamente, perpetrar un acto de soberbia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario