11/8/11

EL LOCO SOLITARIO

En apariencia, no hay ningún lazo que una la revuelta social que ha estallado en Inglaterra con los asesinatos y atentados terroristas perpetrados en Noruega por Anders B. Breivik el pasado veintiuno de julio. Las diferencias, en la superficie, son notables: fenómeno de masas descontentas y excluidas del imaginario de la modernidad en el primer caso; psicópata fanático, archi-narcisista y xenófobo en el segundo. Pero no me conformo con trazar esta línea divisoria. Hay algo más.

¿Es el ser humano un semillero de maldad y destrucción por propia naturaleza? Eric Fromm opinaba que el hombre llega a ser portador de violencia únicamente si faltan las condiciones sociales apropiadas para su crecimiento y desarrollo. Este diagnóstico podría aplicarse certeramente a los actos de pillaje que se han extendido por las principales ciudades de Inglaterra.

El capitalismo ultraliberal, durante decenios, ha creado ingentes bolsas de grupos sociales que, por estigma inherente al nacimiento, han sido eliminados de toda posibilidad de progreso.

En la periferia de Londres o Manchester se alzan suburbios - auténticos cinturones de pobreza, marginación y drogadicción- donde toda aspiración a una vida digna deviene en pura quimera. Mientras, el poder financiero (por lo tanto, el poder de decisión) de las clases privilegiadas (una minoría) se niega a detener su hipertrofia animado por un sistema económico obsceno, egoísta y monstruoso que pervierte desde su raíz la dignidad humana y que precisa de esclavos sociales para perpetuarse. Es sintomático que las bandas organizadas hayan asaltado tiendas de electrodomésticos y de ropa de marca. Sin embargo, han dejado intactas las librerías. En el imaginario capitalista la felicidad queda indisolublemente unida al microondas, a la televisión en tres dimensiones y a las zapatillas de deporte que patrocinan los ídolos licuados de nuestro tiempo: actores, modelos y deportistas de élite.

En el caso de Breivik, nativo de uno de los países más prósperos del mundo, nos conformamos con la explicación asociada a la teoría de “El loco solitario”, como si se tratara de una enfermedad mental adquirida genéticamente por voluntad de su huésped. No es nada novedosa esta propensión a eludir análisis más profundos echando mano de tesis simplificadoras. De este modo inyectamos la dosis de anestesia suficiente a nuestra achatada conciencia colectiva mientras aguardamos a que el impacto inicial del drama, amplificado y desinflado por los mass media en función de los requerimientos de la actualidad, se vaya disipando como la pesadilla atroz tras el despertar, hasta permitirnos proseguir con nuestra existencia servil, rutinaria, pero tan incierta como antes de implosionar el titular cargado de tragedia.

Para entonces, nos conformamos con apelar a un juicio justo cuyo veredicto ya se ha dictado porque las pruebas son abrumadoras. Nos basta con apelar a que la maquinaria del Estado cumpla su función represora. El cuerpo social occidental, que gravita sobre la inercia del crecimiento acomodaticio sin fin, que paga un precio moral elevadísimo por haberse aplicado este ideal de vida falsificada, nunca quiere ocuparse de sus hijos bastardos. Pero existen. Nacen en su seno, se alimentan de su seno y un día cualquiera la rabia acumulada les revienta y matan a los semejantes, da igual el pretexto que aleguen para empuñar fusiles de asalto y activar bombas de alta precisión mortífera. Y nadie se atreve a contestar las preguntas esenciales obviando por un instante la doctrina del muchacho solitario que se volvió loco: ¿cómo fue posible?, ¿acaso Breivik, como los excluidos de Londres o Manchester, no dispuso de una oportunidad para vivir una vida distinta, sana, en paz?

Cuando me acerco al núcleo para tocarlo con mi pensamiento racional, no puedo olvidar lo que declaró el padre de Breivik al conocer la noticia: "Hacía años que no nos veíamos. Ahora no reconozco a Anders como hijo mío." La dureza de estas palabras apenas oculta lo que suponen: una forma de soportar la vergüenza pública, pero también de esquivar la parte alícuota de responsabilidad. Porque en el nacimiento, en la crianza, empezó todo.



1 comentario:

Bárbara Himmel dijo...

Si,muchacho!! creo que has dado en la tecla,,amén del agregado del padre de Breivik,quien dijo: yo mismo lo mataría!
Cuore lo comparto en face!! besos =)