15/6/11

LA ÉTICA DEL PROGRESO

Muchos, cada vez más, han hecho de la manipulación una profesión, un credo y hasta una victoria laureada. Sin duda hemos progresado: la guerra sangrienta ha mudado de escenario, pero aquí, en tu país, en tu ciudad, a tu vera, antes de marcharse ese fantasma parió millones de muertes civiles: desempleo en masa, necesidad de subistir impedida, el respeto mutuo elevado a quimera, confianza en el futuro laminada, anulada.

Porque todavía nos encantan las jerarquías, las distinciones sociales, el compadreo, las canonigias, los premios aunque estén amañados, rubricar cheques sin fondos. Y, sobre todo, nos encanta sentirnos poderosos y manejar a nuestro antojo la embriaguez que proporcionan la poltronas.

Quien todavía piense que vivimos en una democracia avanzada es un iluso. Alguien por madurar. Democracia: un concepto, una opción existencial con resonancias demasiado bellas como para oírlas y entenderlas inmersos en el fango civilizado en que estamos obligados a desenvolvernos a diario. Es la democracia, hoy, una esperanza pervertida, el reflejo de un espejo quebrado. Ya no es la religión de los ateos. Ya no es una filosofía de vida comunitaria.

El amor deviene en pornografía. Hemos desnudado a la mujer para liberarla de sus atavismos históricos. Pero algo debió fallar en el noble intento porque, aunque no lo parezca, nunca la mujer había sido tan convertida en objeto. ¿Y los hombres modernos? Fálicos, acezantes y espectadores-consumidores de esa belleza acartonada, tiránica, falsa, que ofrecen los anuncios psicologizados de televisión.

La política es mendaz, enana de alma, pordiosera. Se nutre de muchas leyes que sólo el rebaño cumple, y empieza a hartarse. Se escenifica en muchos parlamentos soberanos, diseminados. Pero cientos y cientos de decisiones se toman a escondidas y se ejecutan con el súmmun de la poca vergüenza.

La gente ya no da los buenos días a sus congéneres. Con las bocas aplastadas de tanto cansancio moral, emiten un gruñido si es que se dignan a mirarte. No quedan en los labios fuerzas para articular, ni siquiera, dos breves palabras que indiquen afecto, consideración por el otro y su presencia.

Eso sí: nos empachamos de realitis-shows, de partidos de fútbol paiperviú, de películas basura, de catástrofes medioambientales retransmitidas en directo. Y nos creemos que siendo de izquierdas o de derechas, o simples partícipes pasivos de este circo neurotizado, muditos como estatuas, vamos a arreglar el universo, tu ciudad, las conciencias. Ilusos. Sólo merodeamos por las raíces del problema.

La entidad financiera, con sede física en las aceras y sede virtual en algún remoto lugar del planeta, te asfixia. El Estado, que surgió de los palacios y allí sigue, amontonando afrentas, también lo suyo aprieta. Uno te vende tu hogar a precio de esclavo. Y el otro se lleva un tanto de lo que ganas con el sudor de tu frente, con tus habilidades personales, con tu intelecto. Y no te quejes: tienes que comer todos los días y los derechos que reclamas no los encontrarás en los juzgados. ¿Dónde hallarlos, sino en el estercolero? Allí los arrojaron los que pueden jugar contigo, con tus hijos, con tus convicciones.

Vivimos atrapados en la complejidad. Y se han multiplicado sus instancias. Y no hay escapatoria. Has nacido, como éste que te habla, para ser gobernado por una estirpe de mediocres a los que votas. Y ellos se rigen por una ley única, no escrita: la impunidad de su estulticia; el ensalzamiento de sus egos hinchados y su oratoria sin significados.

Pregúntate si te humillan. Pregúntate si humillas a los demás. Pregúntate qué estás dispuesto a hacer al respecto. Porque la humillación es la ética putrefacta de nuestro ansiado progreso.

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