13/6/11

ESTAMPAS PARA OLVIDAR

Me temo que mi inteligencia se anquilosó en algún punto intermedio entre Marx y La Pasionaria: por más que se esfuerzan mis neuronas, no alcanzo a comprender que en decenas de municipios los concejales electos de IU hayan facilitado un gobierno conservador -efecto imposible de otro modo- con tal de no dar su apoyo explícito al PSOE. Y esto pese a que, durante la campaña, el coordinador federal de IU, Cayo Lara, manifestó a quien quiso oírle –empezando por sus votantes- que esta circunstancia sería impensable. Dos posibilidades: Una: Cayo Lara es, como muchos políticos, un poco mendaz. Dos: a Cayo Lara no le obedece nadie en la formación política que, al parecer, lidera.

Hace tiempo que vengo oyendo a muchos dirigentes de IU quejándose a viva voz de que el actual sistema electoral les perjudica. Y es rigurosamente cierto. En línea con el movimiento DEMOCRACIA REAL YA, algunos pensamos que la Ley Orgánica de Régimen Electoral General precisa de una amplia -aunque serena- reforma que propicie mayor pureza de los sufragios.

Esta norma, esencial para la supervivencia democrática, data de 1979. Hace más de tres décadas que está en vigor con modificaciones puntuales. Y su momento histórico está a punto de sobrepasarse. Fue pensada en su época, con razón, para apuntalar a una balbuciente democracia mediante el fortalecimiento indirecto de dos grandes partidos. Hoy el problema es otro. Hoy el problema es el sistema en sí: y dentro de él, los partidos políticos.

Todas las organizaciones políticas, sin excepción, se debaten en una crisis de identidad, estructura y liderazgo. Todas deben algo a la sociedad. Todas han salido malparadas en la última encuesta del CIS. Ninguna otra marca o identificación corporativa de actividad resistiría un menosprecio semejante. ¿Qué ranking les atribuirían las poderosas Agencias de Calificación?

Pero la política es el arte de manejar voluntades comunes expresadas en votos. Cuando esos votos llegan al candidato electo, inexorablemente quedan a su libre disposición como consecuencia del régimen de mandato representativo que nuestra Constitución propugna. ¿Qué maneja el elegido, sino la confianza de quien le eligió y aun sus esperanzas en un mundo mejor construido? Por tanto: ¿qué valor intangible sufre la traición del elegido cuando éste pervierte el sentido de los votos que recibió? Es clara la respuesta: ese valor es la fe. Nada menos que la fe en el sistema.

No estoy en condiciones de ofrecer estadísticas, pero resultaría interesante comprobar cuántos votos viene perdiendo IU durante los últimos años por causa, no del estatuto electoral, sino de sus veleidades ideológicas. Porque, después de tomar conciencia de lo acontecido en los municipios a los que antes aludía, de ninguna otra manera se me ocurre calificar a este modo tan concienzudo de rayar el esperpento político.

En próximas convocatorias electorales, harían bien los responsables y candidatos de IU en no prometer aquello que van a incumplir. O por lo menos que avisen y digan sin subterfugios ni retóricas mitineras que, en supuestos como los sucedidos, darán libertad de elección a sus candidatos. De esta manera podríamos evitarnos toda referencia a tan manido asunto: la enorme crisis de contenidos, prácticas y aptitudes que, como alma en pena, atraviesa la izquierda.

2 comentarios:

Sofía Serra dijo...

Muy buen análisis, José Antonio, además estaba deseando oír a alguien que lo dijera.
Comprendo que hace algún que otro lustro comportara estrategia (¡?..si se persigue la desaparición de la izquierda, je), por más que me llevasen los demonios cuando la veía ejercer, pero no se me olvida esa entrada en la guerra de Irak, y mejor no seguir.. a veces pienso que IU se ha cargado a la poca izquierda real que pudiera quedar en España...ese califa.
Un saludo.

La abuela frescotona dijo...

a finales del siglo xx las ideologías de base, derecha, izquierda, y sus dependientes, han sido rebasadas por la realidad de un mundo cambiante que asfixiado por las falsas democracias, y traición de su voluntad en el voto, dan paso a la desaparición de líderes y a la banalidad de los principios, donde todo puede ser, como la fatuidad en todos los actos del arte de la política.