21/5/11

¿SOY DE IZQUIERDAS?

Hallar una contestación a este interrogante me resulta decisivo, pues a mi juicio el mundo, mi país, mi ciudad, atraviesan caminos difíciles. Y me gustaría saber qué podemos hacer entre todos para invertir esta situación. Porque será entre todos o definitivamente vendrán a gobernarnos formas autoritarias de uno u otro código. ¿O todavía se ignora que éstas crecen cuando la democracia se debilita?
Discurro a partir de un planteamiento que, a estas alturas, puede considerarse obvio: la gran victoria del capitalismo extremo, consecuencia del grandioso poder de persuasión del dinero (como instrumento que atribuye, resta o incluso anula la idea de valor), no ha consistido únicamente en haber atrapado a la clase media, formada esencialmente por trabajadores, para arrojarla después a la trituradora de un hiperconsumo que ha llegado a desquiciarse y a desquiciarlos. La gran victoria radica en haber perpetuado un sistema de intercambio de bienes, servicios e información que transforma la mercancía no sólo en necesidad material (esto ya lo era), sino también en necesidad de orden espiritual, emotivo.
Se diría que la mercancía, presencia delicada y efímera, presencia idolatrada, es la gran autoridad de nuestra época. Se diría que somos cosas por obra y gracia del capitalismo, aunque las cosas sean la educación, el medioambiente, la salud, el arte o adoptar una disposición política. Pues el capitalismo extremo al fin ha logrado identificar la existencia humana no tanto con el incremento de necesidades, que es consustancial al hecho de vivir en Occidente, sino con la falsedad de muchas de ellas porque no son, en sí, nada necesarias. ¿Os es necesario el lujo, la ostentación? Los son en la medida que representan señales inequívocas de la egolatría, y ésta aún conforma al ser humano.
Si aumentan las necesidades, aunque sean ficticias, aumenta la compulsión por satisfacerlas a la vez que disminuyen las energías y los recursos. "Quiero poder, pues sin él me siento indefenso, y quiero también un nuevo automóvil, porque ¿para qué caminar? Además: mi automóvil es signo del poder que persigo. Y ropa de marca también quiero, porque me niego a ser como los demás y la moda nos distingue. ¿Yo, uno más del rebaño? Ni muerto." Galopo entonces hacia el mercado, pues no puedo ir a ninguna otra parte. Y por el camino voy preguntándome, oprimido: ¿dispongo de saldo en la tarjeta de crédito? Y me digo: ¿qué será de mí, si no dispongo? Podemos modificar estos ejemplos si así se desea. Pongamos, por qué no, los órganos humanos, la tolerancia o el aire que respirar.
La izquierda es heredera directa del humanismo. ¿Aceptó la herencia a beneficio de inventario? Lo parece, pues ¿cómo explicar que no haya sabido vivificar, renovar y educar en el mensaje enorme que se halla explícito en todo pensamiento humanista, desde los profetas bíblicos hasta Erich Fromm, un ateo?
La izquierda, para serlo, debe asumir de una vez la tarea de clarificar las auténticas necesidades existenciales, y su estrategia debería dirigirse contra la angustia inherente a no disponer de ningún medio para satisfacerlas. Dice estar en ello y nos pide paciencia, pero mientras tanto, a diferencia del capitalismo, que siempre se innova, la izquierda se empeña en fracasar, tan descomunal es su complejo de inferioridad o su ignorancia.
Más aún: la izquierda sufre un preocupante retroceso intelectual. El dato demostrativo es la irrupción de la gran crisis actual, cuyos efectos, devastadores para las pequeñas economías, no supo prevenir y dudamos si sabe atenuarlos. Y me pregunto el porqué de esta impotencia, pues como no puedo vivir de espaldas a lo social procuro ver lo que sucede. Y veo gente vencida por la tentación, la cual, cualquiera que sea su forma, destroza la confianza que se depositó en las gentes de izquierda. O aún peor: veo a mucha gente vencida por la decepción, que es como un desfallecimiento -se diría cada vez más definitivo- de los ideales de justicia, solidaridad y humanidad.
No pueden modificarse las consecuencias si no se modifican las causas. Para un auténtico ciudadano de izquierdas esto es el abecé. ¿Quedan ciudadanos de izquierdas dispuestos a cambiar un poco las causas? ¿O la izquierda ha hecho del poder un fin en sí? Y si lo ha hecho, y puesto que la conquista del poder precisa de aliados, ¿con quién se ha aliado la izquierda? ¿Sigue aliada a sus valores históricos? ¿O tales valores son muy nobles, pero una quimera? ¿Qué ocurre con ellos cuando se alcanza el poder? ¿Son respetados? ¿Son relajados, flexibilizados? ¿Son prostituidos?
Una idea, como si nada, asalta mi mente, una evocación tan solo: las grandes corporaciones internacionales todo lo dominan. También las grandes necedades abarcan un imperio: el de la cultura, los modos de vivir. ¿Estaré soñando? Porque si esto fuera verdad, ¿quién gobierna de verdad? Conste que sólo estoy especulando, pues, como todos, vivo en un mundo borracho de especulación y, siguiendo la tónica, me he impregnado de su promiscuidad. Apenas he podido evitar este baño de ligereza en el pensar, dandysmo en la conducta y vacío de principios, tal es la fuerza de la ideología preponderante sin instancia de poder visible a la que exigirle un mínimo de responsabilidad. Por este motivo podría ser de izquierdas, de derechas, un payaso o un truhán, en esta época tan confusa. ¿O es que acaso resulta incierto que ya nos da igual saber “quiénes somos” mientras sepamos “cuánto tenemos”?
Porque, puestos a especular, me pregunto: ¿la izquierda puede justificarse, sin más, con la defensa de derechos que nada tienen que ver con el trabajo y con el sistema en que el trabajador vive y trata de desarrollarse? Abreviar los trámites de un divorcio o propugnar la igualdad de géneros son señas de identidad, convicciones que ya estaban escritas en el manual del progreso humano, cuyo fin es la libertad responsable. No las inventaron las gentes de hoy llamadas de izquierdas. Tienen, sin duda, el mérito de haber implementado avances sociales. Pero también resulta una premisa elemental sentirse de izquierdas, sentirse humanista, no envanecerse en el poder, no apropiárselo, ponerle freno a su naturaleza fruitiva. La ambición consiste en la conducta de quien, detentando riqueza, la reparte cuando quiere, donde quiere y como quiere. Esto no es ser de izquierdas.
Debe la izquierda desvelar y combatir las sutiles tácticas psicologizadas mediante las cuales el capitalismo extremo ha venido receteando cerebros y hecho de nosotros, los que hiperconsumimos, pura ansiedad egotista, y de los que producen en el tercer mundo masas explotadas aunque se trate de niños.
Muchos hombres y mujeres, ilusos peligrosos, abren las bocas para proclamar aquí y allá ser de izquierdas, creyéndose de verdad que lo son –en la confesión incluso podrían llorar, patalear-, pero ni ellos mismos saben ya lo que son, síntoma inequívoco de la neurosis social en que estamos instalados eternamente. Síntoma, también, de la titánica dificultad de orden psicológico que encierra entender el ejercicio del poder como actividad transitoria en la vida personal. (Digo transitoria y es decir limitada en el tiempo, sin que esto tuviera que ser obligado por mandato de ninguna constitución o ley).
Pues el poder nunca puede ser inclinación natural, nunca un modo de ganarse la vida como si tratara de una vocación. La genuina vocación es vivir en paz con los otros. De lo contrario, en el reverso del poder, durmiendo en el mismo tálamo sudado de su titular, abrazándose a él en perfecta simbiosis, se esconde un tirano. Suavizado, fotogénico, seductor, tal vez en estado latente de germinación, pero un tirano.
¿Y yo? Tanto darle a la tecla, sin mojarme. ¿Soy de izquierdas? ¿Soy de derechas? Para nada. No acepto etiquetas ni trampas. Soy un ser humano, un poco más libre cada día. Emergente a esta condición sé que puedo molestar, porque sé que me molestan todas las filosofías, conductas y decisiones que, provengan de donde provengan, hacen de sentirse demócrata un sentimiento de indignación, en lugar de sonreír y estar tranquilos haciendo cuanto podemos -incluido renunciar- por progresar para que progresen con nosotros todos los demás.

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