20/5/11

LABIOS A MIS LETRAS

Labios a mis letras, música y palabras desconocidas,
para que el verso se haga tan real y tan distinto
como dicen que son los renacimientos.

Hallarás mis ropajes cosidos de nuevo y sin jirones,
como por milagro de una voluntad que se moría;
y los disfraces arrojados tras las pisadas
de mis pies desnudos. Por el barro caliente caminaron,
sobreviviendo.

Hallarás dudas en lo profundo que sólo con los pasos
se despejan. Pues nunca sabemos si cada amanecer te deja
aliento en la ventana, o la derrota encendida,
y porque nunca sucede nada si no es cierto.

¿Cómo explicarte sin que te asustes? Fue un mal sueño.
Mas llegó poco a poco el instante
de hacerse la promesa que merece la pena: procurar
calma, el serenar de tanto ruido en combate
y tanta incomprensión por esas calles
que a las almas apresan.

¿Cómo explicarte sin que tu ser ahuyentes?
Me han enseñado, mientras yo era llanto,
que hay que hacer un esfuerzo para no ahogarse.
Me han enseñado que tus ojos,
hermosos como la incertidumbre del negro en el lienzo,
rasgados como agua y piedra,
no son voces que vengan a buscarme y en los abrazos, un comienzo.
Me han enseñado que de donde todos quedamos atrapados
sólo tus manos te liberan. Y tal vez el pensamiento.

Si supieras que mi voz, a veces,
es lágrima en catarata convertida.
Y a veces, primavera.
Si supieras que todas las defensas se derrumban
cuando el miedo nos ataca.
Si supieras lo que se siente cuando él cae vencido.
Si supieras que la miel no es miel en labios partidos,
allí el sabor amargo, la dentellada precisa.
Si supieras que los inviernos dan más calor
a los cuerpos que dormitan.
Si supieras que mi piel se resquebraja
en pugna por limpiarse de los trozos falsos como enredaderas.
Si supieras que estamos solos en esta vida única y perecedera.

Me han enseñado que no encuentras color en los desvanes,
sino oscuro presentir. Y que deben cerrarse después de hacerlos
muy tuyos y de ningún otro dueño,
como hacemos con el respirar, la entrega y los duelos.
Me han enseñado que lo extraño nos enseña
más que lo cercano.

¿Sabes qué? Sin pinceles ni papel, dibujo en mis noches
lumbre de velas, y así poder ver el claro de luna adentrándose.
Y en el último trazo imaginario, me digo:
“Ya no deseo volar tan alto y tengo vértigo.
Que nos viéramos deshaciéndose los velos,
arrebatados al temor por el tacto,
y sobre curvas de cuerpos esbozara sólo dos palabras,
tan enteras como el amor por lo pequeño.”
Esto me digo. Yo, el ingenuo.

¿Sabes qué? Son dos palabras que siempre se escriben de nuevo.
Pues me enseñaron la escritura de lo cotidiano, su significado cuando amas, la locura de amar sin dar a cambio. Esto me enseñaron. Pero sin el otro nunca se aprende. Por dios, nunca se aprende, y no lo comprendemos hasta que se hacen tardíos los regresos.

La lentitud de la fusión. El estío anunciando despertares.
La humedad en las espumas.
Poema a la luz de la luna de dentro.
Viaje sin retorno.
Un despertar tranquilo. El silencio fiel ante las avalanchas.
El latido bien cerca. El entreabrir de las miradas.
Y palabras que no hieran el corazón desde el fondo de los espejos.

¿Y sabes qué?
De mis viajes me he traído una sola cosa.
No más. Una llave.
Y no abre puertas ni candados. Ahora lo sé:
es lo que siempre anduve buscando
por los destierros.
Regresa el recuerdo a un patio que tenía
la cal de las paredes desconchada,
como la boca de los payasos cuando ríen sus tristezas.
Había un barreño de zinc, plateado como
esferas de relojes rotos.
Había un barquito y una cáscara de nuez,
Y un dolor tan antiguo como la edad de los desesperados.

No abre puertas ni candados.
Ni clausura espacios,
ni acribilla los besos.
No siembra en el erial de lo desagradable.
No custodia sobornos a nadie.
No es nube esa llave.
Pues existe aquello que anhelamos.
Sólo nos falta merecerlo.

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