24/5/11

EL SENTIDO DE LAS ELECCIONES

La primera consecuencia visible de las elecciones locales y autonómicas es esta: el electorado ha decidido confiar en un partido neoliberal para salir de la crisis financiera generada por el liberalismo extremo. ¿Paradoja? Mucha gente ha recordado que durante el gobierno del PP había bonanza económica. Aunque el crecimiento se hubiera basado en un modelo productivo cuyo norte no era el bienestar sostenible, sino la especulación, queda al trasluz que Julio César, hace mucho, descubrió que las motivaciones del hombre medio son más simples que la más preclara de las filosofías.
La segunda consecuencia es que el PSOE ha agotado discurso y liderazgo. Dejarse por el camino de las reformas más de un millón y medio de votos indica que los ciudadanos, como norma, ya no creen en derechas o izquierdas, sino en la capacidad de gestión. La comparecencia del Zapatero al filo de la medianoche del domingo, cuando del vaticinio de un retroceso se pasó a la realidad contumaz de una desbandada de apoyos, fue la de un hombre que no puede ocultar su desgaste y a quien las circunstancias sobrepasan. Es hora de asumir responsabilidades. Y en política eso se traduce en dejar paso a otros mediante la renovación orgánica.
Con todo, el fenómeno social que ha acaparado la atención durante los días previos a las elecciones ha sido la irrupción en escena del movimiento 15-M, bajo los auspicios de la plataforma DEMOCRACIA REAL YA.
Han sido miles de voces en las plazas de las principales capitales del país expresando su profunda frustración ante un sistema de vida que ha resucitado servidumbres laborales decimonónicas. Muchos hemos apoyado explícitamente sus propuestas. ¿Qué hay de malo en exigir una modificación de la ley electoral para hacerla más justa, la limitación temporal de los mandatos públicos, la reforma del régimen de incompatibilidades o la agravación de las penas previstas en el Código Penal para los delitos de corrupción?
El que este fenómeno social esté llamado a cobrar protagonismo político en los próximos meses dependerá de que sepa implantar una organización estable que predique con el ejemplo, que articule un discurso creíble capaz de aunar las distintas sensibilidades que la crisis ha concitado y que proponga medidas a la par realistas y valientes.
Y sin embargo, nada habrá cambiado todavía para el desempleado que busca un trabajo inexistente. Nada para el jubilado cuya pensión se congeló hace un año. Nada para el universitario que, con su titulación académica en el petate, ya se plantea emigrar a otro país porque aquí es sombrío su futuro. Nada para los miles de jóvenes que al calor de la efervescencia inmobiliaria cargaron ladrillos y más ladrillos con los que construir urbanizaciones fantasmas y aeropuertos sin aviones.
¿De verdad no ha cambiado nada? ¿De verdad todo sigue igual? ¿Es incierto mi diagnóstico? La democracia, en todo instante, busca un sentido. Pretende hallarlo en las urnas. Y a veces lo encuentra en las calles, donde la rabia y la indignación aún no se han institucionalizado.

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