20/4/12

LA LEGITIMACIÓN DEL ABANDONO


¿Cuál es el rasgo que, en última instancia, está identificando a la sociedad posmoderna? Apenas se medite un poco, la respuesta viene por sí sola: la creciente resignación.

Aunque todos los países occidentales todavía experimentan estallidos de indignación colectiva relacionados con la crisis, no son tan numerosos como, en un principio, cabría esperar ante la magnitud del nuevo y peligroso paradigma de convivencia que está imponiéndose. Y desde luego, esas irrupciones en absoluto son permanentes.

El mensaje de las organizaciones de clase y de las fuentes de pensamiento humanista que, en otra época, vehicularon los avances de las capas más desfavorecidas, afrontan hoy múltiples obstáculos para calar en el ciudadano medio, que debería ser, a la postre, el centro de referencia, la medición, el termómetro de la calidad de vida.

Es imposible no ver que el avance avallasador del poder económico y financiero (sin territorio, sin alma, anónimo, amedrentador, nómada cuando una regla trata de embridar su egoísmo), se debe a la confluencia histórica de causas complejas, muy imbricadas entre sí. Pero, sin duda, la detentación de los recursos que brinda este planeta finito en unas pocas manos, el modo en que tales recursos son explotados, industrializados y distribuidos, y la des-regulación de los factores capital y trabajo, se sitúan en el vértice de la pirámide de cualquier análisis riguroso. La economía, es decir, la escasez, es nuestra condena. Es la guerra de todos los tiempos, para la inmensa mayoría.

El nuestro es un planeta hermoso. Sin embargo nuestra cultura, la cultura ingeniada, ejecutada y retro-alimentada por el ser humano, aún rezuma miasmas del Paleolítico. Vamos mejor vestidos y hacemos gala de una más refinada oratoria. Nuestro pensamiento, como nunca, tiene la oportunidad de encontrarse a sí mismo. Pero no cesa de errar. No cesa de trazar círculos. Se diría que no sabe proyectarse hacia un porvenir donde reine un poco el reparto de aquello que todos necesitamos: sustento, posibilidades de vida, fe en el presente. Aunque así se formula la premisa de la concordia, el pensamiento occidental vigente ha huido de ella y, en su frenética huida, extiende la podredumbre por todas partes.   

La resignación siempre es fruto de un anhelo que, previamente, se frustró, tal vez para siempre. ¿Qué está frustrándose en nuestra época, capaz de generar tanta depresión en medio de incontables promesas de felicidad, ahora fracasadas? No encuentro otra explicación: nos dijeron que la democracia era modernidad, educación, salud, trabajo suficiente y para todos. Que era defensa del mérito, no del privilegio, la ineptitud, el cinismo o la codicia.

Aquellos pilares, traídos a la humanidad por la humanidad misma, han soportado el enorme peso de la convivencia pacífica durante décadas. Y ahora se resquebrajan. Todos los días alguien traza el profundo surco de una grieta más. Derechos que parecían sólidos, de repente se volatilizan o son puestos en peligro de subsistencia. El poder político se ha entregado a las corporaciones mercantiles ¿Quién alza la voz y grita: “Hay que detener la espiral”? ¿Es escuchado? ¿Cómo no iba a hacerse presente la resignación de los mártires, si en el fondo nos es otra cosa que incertidumbre paralizante y miedo larvado a punto de reventar? Nos cuesta aprender que esa resignación legitima las formas del abandono. Somos, pues, abandonados a nuestra suerte, pero el rico tiene derecho a serlo todavía más.

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