23/5/11

CABELLERA (inspirado en Henri Matisse)

Mírame.
Necesito la inocencia que hay en tus ojos. Me estabas esperando, lo sé, desde hace años, siglos. Soy una vibración, un temblor, el viento. La marea. Soy invisible. Ya estoy aquí, he aparecido. Para protegerte.
El arqueo que a mi figura delinea no es ninguna fractura, pues estoy danzando, desnuda, deshiscente, húmeda. Azul intenso, azul calmo, presta consistencia de aire a mi piel trenzada. Sobre el espacio blanco brinco y me hago pirueta flotante.
Atraparte querrías tú, el grandioso, el impúber, el anhelante, entre mis fibras como entre brazos tendidos de una doncella carnal, de una hetera complaciente, de una madre. Pero has de contentarte con la contemplación de mi presencia pintada. No enloquezcas. Al menos, me deseas.
¿Recuerdas? Me estás viendo con el tacto. Pespuntes, madejas, bucles y cadenas: soy la cabellera que creciendo libérrima enreda tu cuerpo y lo calienta. Soy delicadeza, la aspereza, tu desesperación.
Costuras, serpiente, cataclismo, somnolencia. Eso ven tus ojos envenenados de poeta. Una totalización. Una inexistencia. Un verso que te llama, palabras vacías y tan enteras.
Qué verdadero te sientes cuando te refugias en mis mentiras. Mi apariencia de ánade, mi pecho turgente, elevado, curvo; mi muslo prieto como una punzada, mi entrega a este baile sensorial, te enardecen, enervan. Ráspame, huéleme, cálame, sé lamido para mí. Encuentra el agua y la vertiente por donde resbale tu lengua. No esperes más y estalla a mi vera.
Dime que mude mi color. Que de azul me torne gris como párpados cerrados. Verde sedante. Escarlata como hoguera avivada. Dime que sea transparencia o espesura. Dime que sea oleaje de espuma sobre la arena. Dime que no te doy más que pureza. Me crearon con unas tijeras y papel, para aliviarte. Soy corpórea para gustarte. Déjate llevar. Tiéntame con tus yemas tremantes, y aprende a volar, a jugar, a viajar. A no pensar.
Arrójate sobre el dibujo. Quédate quieto, yo moveré las caderas. Apenas susurres tu gemido me llenaré de vida. Tus gotas caerán, fragmentos de piano o de arpa, puñales atravesados, dulzura y amargor. Una muerte pequeñita nos aguarda, poeta. Ve buscando la manta que nos cobije. Ve buscando el frío del que guarecerte tranquilo. En tus labios habrá miel, y en tus pestañas una aguja que hilvanará fantasías, sueños, acordes. No te vayas ahora. No me suprimas. A poquitos te iré comiendo, y así tus nervios serán eternos.
Pero te desvaneces. De roca te conviertes en pluma. De pluma, en garfio, porque me estás pensando, imaginando, en lugar de poseerme. Has tomando el lápiz. Y en vez de vivir, escribes, describes. Imágenes, simulacros, destierros, angustias. No dejes que sea bosquejo. No me clausures, como si fuera amargo. Ponme un iris, un pómulo. Ponme un alma. Dedícame tu música, valiente, que me muero sin tu querencia.

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